11 mayo 2015

Gabor, para ver mejor

Hay que ser ciego para ver mejor. Un ciego no capta las formas y los colores pero tiene una sensibilidad más desarrollada para sentir la luz que lo rodea. Es capaz de reconocer los contrastes, las sombras y el movimiento a su alrededor. Esa es la premisa de un film extraordinario que vi semanas atrás en la Cinematecas Boliviana: Gabor (2013) de Sebastián Alfie.

Hace mal este film en presentarse como un documental, porque no lo es. Es una película completamente concebida y pensada, plano por plano, de manera que nada está librado al azar. La “realidad” no se muestra tal cual es sino a través de los ojos de la creatividad, en este caso, a través de los ojos de un ciego, lo que permite al espectador “ver” una realidad diferente, superpuesta a la realidad abstracta que vemos de pasada, sin todos los sentidos.

La premisa y punto de partida de este film es una excusa que forma parte más de una historia de ficción: la Fundación Ojos del Mundo, una organización catalana que apoya en la ciudad de El Alto a una clínica oftalmológica, encarga a Sebastián Alfie, cineasta argentino free lance que vive en Barcelona, la realización de un cortometraje promocional para la ONG. Pero desde un inicio, la mirada creativa de Alfie “ve” en ese trabajo de encargo la oportunidad de realizar algo que además de cumplir con el objetivo de dar a conocer e trabajo de la organización, permitirá crea una obra (una película dentro de otra película) con claros valores artísticos y humanos.

Entra entonces en escena Gabor Bene, un jefe de fotografía de origen húngaro que diez años atrás perdió completamente la vista debido a una infección que contrajo mientras filmaba en la selva peruana. Qué tragedia para alguien cuyo trabajo depende de su vista. Pero Gabor toma las cosas con filosofía, continúa trabajando en el mundo del cine, alquilando equipos especializados de cámara y soñando despierto en lo que él haría con cada toma y cada plano si tuviera oportunidad de hacerlo. En diez años, no solamente recuerda cada plano que ha filmado como director de fotografía, sino que recuerda planos de otras películas que a él le gustaría filmar y quizás mejorar, innovar.

Esa fuerza vital y ese deseo contenido es detectado por Sebastián Alfie.  Quizás es su mayor mérito en este film, ya que convence a Gabor para integrar el equipo de filmación como jefe de fotografía. Por primera vez en la historia del cine –que yo sepa- un ciego dirige la fotografía de una película. Más aún, Gabor toma poco a poco un papel mucho mayor en el film, asumiendo un rol de co-director, cuestionando a Alfie ciertas decisiones, sugiriendo soluciones de realización que sobrepasan sus atribuciones técnicas y artísticas.

Alfie tiene la honestidad de mostrar, en este relato en primera persona a medio camino entre la ficción y el documental, ese proceso en el que su papel de director se ve transformado en el de un facilitador. No deja de incluir una mención a sus estereotipos iniciales, cuando se plantea la necesidad de filmar el proyecto en El Alto, que él imagina como un lugar carente de todo y en el que “solamente” se habla aimara, lengua en la que se declara incompetente.  “Tan contento como asustado – dice- el proyecto tiene la palabra catástrofe escrita por todos lados”. Por supuesto, esa frase es también parte de un discurso construido a posteriori.

En varias situaciones el diálogo continuo entre Gabor y Alfie aborda la débil frontera (si es que existe alguna) entre el documental y la ficción, que de por si se constituye en uno de los temas del film. ¿Qué es la realidad al fin de cuentas? No podemos reproducir la realidad, solamente interpretarla de un modo nunca neutro y objetivo. Lo dice Alfie en la escena en la que trata de forzar un final feliz en el guión: “El cine es falsificación”, a lo que Gabor responde estableciendo límites éticos.

El estilo del film, estructurado como un diario que transcurre con una cronología ordenada, incluye imágenes muy bien logradas, y no solamente las que recrea en su cabeza Gabor, sino también una secuencia de línea de tiempo realizada en animación, que rápidamente sitúa la historia y los lugares que importan en ella. Otras, son concesiones menores: la doctora Shirley en la Calle Jaén, las cebras de la Alcaldía de La Paz en El Alto, etc.

Lo fundamental está en la relación entre Gabor, cuyo nombre da el título del film, y Alfie. Crece entre ambos personajes-personas una amistad real, basada en el respeto y en el compromiso con el tema de la película: la ceguera y las maneras de ver el mundo. Las secuencias de ambos antes de iniciar la experiencia de trabajo conjunta, por ejemplo paseando en una bicicleta para dos (con Gustav, el perro de Gabor), tienen un alto valor simbólico. En el curso de la filmación en la ciudad de El Alto muchas cosas se alteran, y el registro del proceso de transformación es parte de la película, que contiene la filmación de otra película como elemento subsidiario.

Los personajes bolivianos son entonces secundarios, aunque se los trate con mucho respeto y cariño. Por una parte están los tres ciegos: Víctor (panadero), Emilio (pintor) y Eulogia (campesina), y la cirujana Shirley que trata de devolverles la capacidad de ver. Por otra parte, el equipo de producción boliviano que también es filmado para enriquecer el contexto que se describe: Freddy Delgado (foquista), Pilar Groux (productora) y Gigio Díaz (sonidista).

Este no es solamente un ejercicio fílmico sobre la ceguera sino una apuesta por el cine, una manera diferente de filmar, mostrando los miedos y los escollos a manera de un diario, aunque en la realidad la secuencia de filmación no haya sido la misma que vemos en la pantalla y todo esté “fríamente calculado”. Lo que importa es el resultado, que transmite una sensación de frescura y naturalidad.

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Hay una condición peor que la ceguera,
y es ver algo que no es.

—Thomas Hardy