04 diciembre 2014

Volverán los prados

Fue un privilegio estar en la Cinemateca Boliviana durante el pre-estreno mundial del largometraje más reciente de Ermanno Olmi, Volverán los prados (2014), un acontecimiento único y sin precedentes porque esta première no comercial del film tuvo lugar simultáneamente, el 4 de noviembre, en más de cien ciudades del planeta, 45 de ellas en el continente americano. 

El pre-estreno se hizo en embajadas, consulados e institutos de cultura italiana, pero en Bolivia, de manera excepcional, tuvo lugar en la Cinemateca Boliviana, repleta de espectadores, confirmando que cuando se trata de buenas películas y de eventos cinematográficos la Cinemateca es el referente más importante en Bolivia.

Por esas paradojas de la vida, el director Ermanno Olmi, que en principio tenía que estar en el pre-estreno mundial junto al presidente de Italia, Giorgio Napolitano, para conmemorar los 100 años de la Primera Guerra Mundial, fue hospitalizado días antes y se limitó a enviar a los periodistas un video de 5 minutos en el que afirma que millones de jóvenes fueron traicionados y que “la celebración debe ser razón para que nosotros pidamos disculpas a aquellos jóvenes que murieron sin saber por qué”.

Con 83 años de edad, el autor nacido en Bérgamo en 1931 en una familia pobre, ha dirigido durante su trayectoria algunas de las películas más bellas del cine italiano.  Autodidacta, abandonó lo estudios a sus 15 años para trabajar como obrero en la empresa de electricidad Edison. Allí mismo se estrenó como cineasta realizando cortos documentales sobre temas técnicos y abrazó la carrera cinematográfica para siempre. Su película más famosa, El árbol de los zuecos obtuvo la Palma de Oro en el Festivales de Cannes en 1978 y marcó la cúspide de un cine profundamente anclado en valores cristianos. Diez años más tarde Olmi se llevó el León de Oro en Venecia con su Leyenda del santo bebedor. Dos grandes reconocimientos entre muchos otros.

Dedicado a su padre que le contaba de niño las historias que había vivido como soldado en la Gran Guerra, Torneranno i prati (el título original del film) transcurre en su totalidad en el frente nororiental de la guerra, en un fortín de avanzada en los Alpes, en las montañas de Asiago, donde un destacamento de oficiales y soldados italianos resiste en condiciones precarias los embates de tres enemigos mortales: un enemigo invisible que dispara desde la frontera austríaca, un segundo enemigo, los generales en la retaguardia, que envían por radio ordenes tan absurdas como terminantes, y un tercer enemigo cuyo peso se hace sentir minuto a minuto: el crudo invierno.

La nieve ha enterrado casi por completo al fortín, del que los soldados no pueden salir porque son blanco perfecto de francotiradores, sobre todo en las noches de luna llena en las que transcurre la historia. A pesar de esa adversidad, reciben regularmente dos cosas que garantizan su sobrevivencia: el rancho que les permite alimentar su cuerpo y las cartas de los seres queridos, con las que alimentan su esperanza.

El arriero de la mula que carga el rancho y la correspondencia despierta admiración en los enemigos austriacos cuando entona en el silencio de la noche la canción napolitana Tu, Ca Nun Chiagne (1915, compuesta por Ernesto de Curtis) una síntesis del profundo sentimiento que embarga a los personajes. En esa bella escena la música (el sentido de humanidad) se sobrepone a la muerte por unos minutos. Para quienes no recuerdan la canción, aquí va una versión cantada por los tres tenores (Carreras, Domingo y Pavarotti) frente a la Torre Eiffel y a una multitud asombrosa y asombrada.

Las obras de los grandes autores se reconocen desde los primeros segundos, como los compases de una sinfonía. Los cuatro o cinco planos iniciales de este film ya nos dicen que estamos frente a una gran película por la fotografía y los movimientos de cámara, por el ritmo de su montaje, por la banda sonora y por la ambientación. Hasta la sensación de los olores parece emanar de la imagen cuando se habla de la peste que “viene del norte”. Luego, cuando vemos la expresividad de los rostros de los soldados parece que las palabras sobraran, pero el texto es hermoso, tanto en los diálogos como en la voz en off del narrador. No hay nada que sobre.

Volverán los prados no es una celebración de la Gran Guerra donde murieron nueve millones de combatientes sino un film poético-ideológico contra todas las guerras. En todas las guerras se dan situaciones como estas, donde jóvenes soldados que tenían derecho a una vida sin violencia, se ven obligados a usar las armas para defender intereses geopolíticos absurdos. Mientras ellos arriesgan el futuro con su hambre y su soledad, otros dan las órdenes tajantes cómodamente instalados en “comandos superiores” donde no llegan balas furtivas ni caen bombas.

Para los soldados la trinchera es el mundo, ya no tienen noción del tiempo ni de lo que es una vida normal. Una guerra que es todas las guerras, más allá de la política. “Nuestro sueño no era la muerte” dice uno de esos soldados, y otro, desesperado, un minuto antes de suicidarse delante de los demás: “Cuando las bestias sienten el olor de la sangre cagan y mean antes de ir al matadero… ¿Nosotros también somos bestias?”

No se regodea el director en usar el efectismo fácil del rojo intenso de la sangre sobre la nieve blanquísima que envuelve la historia, más bien opta por una fotografía oscura, casi en blanco y negro, que representa lo que los soldados sienten mientras sueñan con los prados que volverán con la primavera. Si estos soldados sobreviven, “volverán con la muerte que han conocido y ésta no los abandonará jamás. Y lo más difícil será perdonar”.

Aunque incluye hacia el final algunas imágenes documentales de la Gran Guerra, Olmi no quiere hablarnos de las acciones, de las batallas, de la geopolítica o del honor, sino del horror y de la miseria que significan todas las guerras, las de hace cien años como las de ahora, donde mueren todos los días miles de jóvenes sobre los que no habrá testimonio ni película en muchos años. 
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La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva.
En cambio la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva. 

—José Saramago