02 noviembre 2014

Comunicación y hambre cero

Tuve una semana intensa en Guatemala a principios de octubre asesorando el proceso de comunicación y desarrollo de la Mesa Técnica, mecanismo de concertación interinstitucional del Plan del Pacto Hambre Cero.

Cuadro de Eduardo Gularte
Me sorprendió positivamente que, con un objetivo común y gracias al eje transversal de la comunicación para el desarrollo, trabajan codo a codo en una misma plataforma de intercambio y de gestión instituciones del Estado, internacionales y de la sociedad civil: el Ministerio de Salud (MSPAS), el Ministerio de Educación (Mineduc), la Secretaría de Seguridad Alimentaria y Nutricional (SESAN), el Centro de Comunicación para el Desarrollo (Cecode) y el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) con el propósito de mediano y largo plazo de superar la brecha que existe entre las instituciones del Estado y las comunidades más vulnerables.  

La articulación ha sido posible en buena parte por el trabajo tesonero de Eduardo Gularte, pionero de la comunicación para el desarrollo en Guatemala, a quien conozco desde hace más de una década (fundador del Cecode y ahora funcionario de Unicef), y de Gloria Hernández, de la SESAN, impulsores de esta alianza intersectorial cuya sola existencia es ya un logro.

Parte del desafío que enfrentaron en 2009, cuando comenzó el trabajo, fue convencer a los tomadores de decisión de sus respectivas organizaciones para que entendieran que la comunicación para el desarrollo no es un asunto de publicidad institucional ni de mensajes en los medios masivos, sino una garantía para la sostenibilidad de las transformaciones buscadas en la calidad de vida de las comunidades con las que se trabaja. Todavía no es fácil que quienes deciden sobre políticas públicas entiendan que la comunicación para el desarrollo es un proceso de largo plazo de participación ciudadana que contribuye a fortalecer los tejidos de organización comunitaria.

Eduardo Gularte (Unicef), Gloria Hernández (Sesan) y Cristian Ozaeta (Cecode)
El esfuerzo de concertación ha permitido trabajar en forma integrada en varios espacios: por una parte la Mesa Técnica y el Equipo Central de Facilitadores en el nivel central, por otra los Equipos departamentales de Comunicación, y finalmente, en el nivel municipal las Subcomisiones de Comunicación que son parte esencial en la Comisión Municipal de Seguridad Alimentaria y Nutricional. En cada nivel se trata de equipos intersectoriales e interdisciplinarios, lo cual enriquece todo el proceso y siembra las condiciones para que los cambios sean sostenibles.

Christian Skoog, Representante de Unicef
Unicef ha abierto en Guatemala este espacio para el trabajo en comunicación y el desarrollo, algo que no hace en otros países, donde se dedica demasiado al posicionamiento de su imagen institucional. No siempre fue así, en la época en que trabajé en Unicef en Nigeria y en Haití, sobre todo mientras James Grant fue director Ejecutivo de la organización, existía una orientación en comunicación mucho más apegada a las necesidades de los países y de sus poblaciones más vulnerables. En la sede en Nueva York había un área dedicada a la comunicación en apoyo a los programas, que una época estuvo a cargo de Luis Rivera y luego de Anthony Hewett, que entendían del tema. A ellos los sucedieron funcionarios de menor nivel el puesto fue reclasificado hacia abajo) que pensaban más en su carrera institucional que en otra cosa, dispuestos a conciliar y conceder. Todo en la nueva lógica de Carol Bellamy quien llegó a la cabeza de Unicef y acabó con la mística que había logrado permear James Grant.

En general el sistema de Naciones Unidas y en particular las agencias que fueron en su momento líderes de propuestas conceptuales y de experiencias concretas de comunicación para el desarrollo, incluso pioneras como la FAO y la Unesco, han claudicado en años recientes a favor de estrategias de visibilidad institucional y de planteamientos que se han hecho cada vez más difusos y vagos, por el afán de conciliar a la fuerza puntos de vista tan divergentes como el mercadeo social, la propaganda institucional, los modelos gringos (IEC, edutainement y otros), y la comunicación para el desarrollo. 

Por suerte en Guatemala el Representante de Unicef, Christian Skoog, se ha comprometido con la idea de impulsar los programas de manera sostenible mediante una comunicación que involucra a todos los socios.

Otra vez, mucho depende de los liderazgos locales y personales, y en este caso hay liderazgo en el tema y además apoyo técnico por parte del Centro de Comunicación para el Desarrollo.

Conozco bien a esta organización desde sus inicios, cuando fui testigo de su fundación y de sus primeras actividades. Ha crecido en experiencia, en certeza conceptual y en liderazgo en un país acostumbrado a decisiones verticales que poco han contribuido a cambiar las condiciones de vida de la mayoría de la población, mayoría indígena, maya. Gracias al Cecode y a sus fundadores, Eduardo Gularte y Cristian Ozaeta, el concepto de la comunicación como un proceso participativo y con un enfoque de derechos, ha ido penetrando en ciertos niveles de las instituciones del Estado que se ocupan de salud y educación.

Aprendiendo sobre el nahual maya
Guatemala es, con México, mi segundo país por el tiempo que he vivido allí y por el cariño que siento hacia la tierra y la cultura. Casi nueve años en tierra maya me hacen sentir como en casa, con la notable diferencia de que en Guatemala llego a un aeropuerto impecable, amplio y eficiente, y luego en el camino hacia el hotel recorro avenidas llenas de árboles, flores y obras de arte, y no el espectáculo deprimente de El Alto, que espera a los viajeros que llegan a La Paz.

Esta vez, pasé poco tiempo en Ciudad de Guatemala porque la misión programada me llevó primero hacia el oriente, a la tierra caliente de Zacapa vecina a Honduras, y luego hacia el occidente, el altiplano maya vecino a la frontera mexicana.

Mal acostumbrado a la saturación de propaganda gubernamental y al endiosamiento de la figura presidencial en Bolivia, fue muy agradable recorrer cientos de kilómetros de carretera en Guatemala sin ver una sola valla publicitaria del gobierno, y menos aún fotos de funcionarios públicos de cualquier nivel. Fue un alivio para la vista disfrutar de un paisaje limpio de ese tipo de basura. Lo importante es que esos recursos se destinan ahora a los programas de salud, educación y seguridad alimentaria.

En Rio Hondo (Zacapa), en Quetzaltenango (Xela, para los amigos) y en Panajachel (Sololá) me reuní con los equipos de facilitadores departamentales de Petén, Baja Verapaz, Izabal y Zacapa. Allí se habló de los avances de la estrategia de comunicación para el desarrollo y los desafíos que enfrentan los facilitadores. En parte las dificultades provienen de una falta de apoyo desde las políticas de Estado al modelo de desarrollo participativo, que sepa escuchar las necesidades de las comunidades en lugar de imponer modelos y programas.

Con Roberto Jordán, Eduardo Gularte y Gloria Hernandez frente al Lago Atitlán, en Panajachel 
Me tocó luna llena en occidente, de modo que pude recordar la música de marimba de Luna de Xelajú, canción emblemática de todo Guatemala, y no solamente de la segunda ciudad del país. Volver a ver desde las alturas de Sololá el espejo de Atitlán me trajo a la memoria decenas de recorridos a Panajachel, cada vez más lleno de turistas nacionales e internacionales. Ese paisaje de lagos y volcanes se queda grabado en uno para siempre.

Guatemala es un país hermoso pero cada vez más peligroso. Fue necesario obtener permisos especiales de la seguridad de Naciones Unidas para viajar a los lugares mencionados, avisar por teléfono a la salida y a la llegada a cada destino. Años atrás me subía al jeep y me dirigía a cualquier punto del país sin preguntar a nadie, nunca me pasó nada malo.

Entre las muchas atenciones de que fui objeto esta vez, una compañera de Cecode, Carolina Rendón, me regaló varios videos y un libro de poemas del Mario Payeras, poeta guerrillero, del cual extraje la cita que sigue.
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No recordamos ya cómo éramos al principio
porque con cada día parte un cadáver nuestro
a pudrirse en el tiempo.
—Mario Payeras