19 octubre 2014

Una plaza para el Flaco Gumucio

Como dijo mi hermano Pedro el viernes 17 de octubre durante la inauguración de la Plaza “Alfonso Gumucio Reyes” en la calle 22 de Achumani, a mi padre le hubiera encantado este homenaje del Gobierno Municipal de La Paz, en parte porque en sus años finales le gustaba salir a caminar y sentarse a tomar el sol en alguna plaza, encorvado y con las piernas cruzadas, con sombrero para protegerse y una vieja chompa beige que aún conservo.

Denise Ostermann, Pedro Gumucio Dagron, Alfonso Gumucio Dagron, el Alcalde a.i. Freddy Miranda y Pedro Susz 
Por lo demás, no era afecto a los homenajes. Como recordó mi hermano, dos veces rechazó la oferta que le hicieron de colgar en su pecho la máxima condecoración que otorga el Estado boliviano: el “Cóndor de los Andes”.  Una de las razones que esgrimía para rechazar ese honor tenía que ver con su natural vocación de servicio: “lo único que he hecho es trabajar por el país”. La otra razón, como me dijo alguna vez, es que el “Cóndor de los Andes” se ha devaluado bastante desde que las dictaduras lo concedían con cualquier motivo a cualquiera. Esto es fácil de comprobar si se revisa la lista de los recipientes a lo largo de las cinco o seis décadas pasadas.

Este año ha sido y es todavía el año del centenario del nacimiento de mi padre y gracias al Gobierno Municipal de La Paz, su memoria ha sido honrada. El Alcalde Luis Revilla, el Director de Gobernabilidad Pedro Susz y todo su equipo se han portado no solamente como funcionarios responsables, sino como amigos, aunque Pero Susz me ha dicho varias veces que lo que hizo la Alcaldía es lo que se debía hacer: un mínimo reconocimiento al constructor del desarrollo económico de Bolivia a principios de las décadas de 1950 y 1960.

Los homenajes han sido gratificantes para la familia y los amigos, sobre todo porque son la prueba de que unos pocos en este país tienen memoria. Lo dije con todas sus letras y sin ambages durante la inauguración de la Plaza “Alfonso Gumucio Reyes” en Achumani: no han recordado el centenario de mi padre los cruceños, por los que tanto hizo desde sus funciones de Estado, ni los cochabambinos, y lo que es peor, no lo ha recordado el gobierno nacional, tan auto-convencido de que la historia del país comenzó recién hace nueve años. Parte es ignorancia, parte es arrogancia, pero el resultado es el mismo: desmemoria malagradecida.

Tal como escribí en El ingeniero descalzo, el libro presentado en el homenaje que tuvo lugar en el salón de Honor de la Alcaldía de La Paz, el 12 de agosto de 2014, nuestro padre fue el impulsor del desarrollo económico de Santa Cruz, que hasta mediados de los años cincuenta no era sino un pueblito aislado del resto del país.

No me lo contaron, así recuerdo que era, pues en la plaza principal todavía se arrastraban sobre el fango las carretas tiradas por bueyes. Las carreteras que diseñó desde la presidencia de la Corporación Boliviana de Fomento (CBF) y más tarde como Ministro de Economía integraron el oriente de Bolivia al altiplano. Pero no fueron solamente los grandes ejes viales de integración sino las carreteras de penetración que permitieron el crecimiento de polos de desarrollo en torno al ingenio azucarero de Guabirá y de Montero (donde hay un hospital que lleva su nombre), los proyectos ganaderos en Todos Santos, y varios proyectos de agricultura tropical.

Pedro Gumucio Dagron, Katherine Grigsby y Alfonso Gumucio Dagron
Nació en Cochabamba e hizo mucho por ese departamento donde tampoco lo han recordado. Los cochabambinos viven también su momento de abulia y desmemoria. De hecho, fue contra la voluntad de muchos que se hizo la carretera 1 y 4 que ahora comunica a Cochabamba y Santa Cruz por la zona del Chapare, donde hay un puente que lleva su nombre (no porque se les ocurriera a los cochabambinos sino a don Jorge Bartos, que ni siquiera había nacido en Bolivia). Aunque el actual presidente diga en sus fogosos discursos que nadie antes se ocupó de generar energía en Bolivia, ahí está junto a la carretera que lleva al Chapare la planta hidroeléctrica de Corani y un poco más abajo la de Santa Isabel, proyecto que impulsó Gumucio Reyes.

El vivero de frutales de San Benito en el valle alto de Cochabamba cambió la estructura de producción y la economía familiar de los campesinos de la zona. No por nada la variedad más chaposa y jugosa de durazno fue nombrada “Gumucio Reyes” por el ingeniero René Saavedra, ese “loco por los duraznos” que mi padre buscaba y encontró para hacer realidad ese proyecto. La semana pasada mi amiga Ximena Jáuregui me trajo de Cochabamba unas plantas de esa variedad, que, espero, puedan echar raíces firmes en la nueva Plaza “Alfonso Gumucio Reyes”.

Rolando Costa Arduz, Pedro Gumucio y Carlos D. Mesa
La introducción del ganado cebú en Bolivia, primero en la región del Beni y luego en todo el país, fue otro de los proyectos que ideó nuestro padre para fortalecer la industria ganadera nacional.  Hoy, la joroba inconfundible del ganado Nelore (originario de la India), destaca en el horizonte de todas nuestras praderas. A esos proyectos se suman otros en varios departamentos del país, porque la visión que tuve mi padre fue de integración nacional, más allá de las artificiales fronteras departamentales.

La Alcaldía de La Paz colocó simultáneamente una placa idéntica a la de la plaza de Achumani, junto al nicho de mi padre en el Cementerio General.  En ambas el Alcalde Luis Revilla decidió recoger debajo de la declaratoria de “Hijo Predilecto de la Ciudad de La Paz” (que se otorga solamente por segunda vez en la historia de esta ciudad) una frase que incluí en el libro: “Los bolivianos honestos y dignos lo recuerdan como un visionario de la economía de Bolivia, que supo impulsar los grandes proyectos de desarrollo a través de una administración rigurosa e impecable, guiada por la ética y por la noción de servicio al país”.


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Gumucio era por encima de todo un creador que hizo posible que las ideas de transformación de la revolución fueran una realidad. Será imposible entender varios de los lineamientos y varios de los caminos que siguió el proceso de 1952 sin la mano firme, clara y la iniciativa sin desmayos, y el estar siempre dispuesto a hacer locuras de Alfonso Gumucio Reyes.
—Carlos D. Mesa