15 mayo 2014

Todos los días la noche

“Ingresé al país por su puerta más dolorosa” afirma el fotógrafo suizo Jean-Claude Wicky, quien durante 17 años ha fotografiado a mineros bolivianos de interior mina que trabajan en las condiciones más difíciles e inhumanas.

Cerca de siete mil imágenes más tarde, todas en blanco y negro y en formato analógico (lejos de los artificios digitales), Jean-Claude hizo una exposición de 100 fotografías magníficas, publicó un voluminoso libro y en 2010 realizó el documental Todos los días la noche que marca el proceso de la devolución de su obra a sus amigos mineros que la hicieron posible.

Rostros mineros, rostros minerales. Los retratos en blanco y negro son crudos, contrastados. Las miradas emergen de las profundidades oscuras, de la noche eterna de interior mina. Una luz suave refleja los rostros cansados, sucios, sudorosos, pero la mirada del fotógrafo no es ni de conmiseración ni de espanto, es simplemente una mirada solidaria, amiga.

“Cada fotografía que emerge del baño de revelado me recuerda una historia, una historia de solidaridad, de amistad, de hospitalidad” relata Wicky, en primera persona y con su propia voz, al narrar la película. En muchas ocasiones, él permanecía junto a los mineros sin siquiera sacar la cámara, para no intimidarlos.  Fue a lo largo de días, semanas, meses y años que logró convertirse en uno más de ellos, en ser aceptado como alguien que no iba a ser desleal, que no iba a usarlos.

Desde 1984 Wicky estuvo en más de treinta minas, conviviendo sobre todo con pequeños mineros cooperativistas que corren todos los riesgos. Al principio a este intruso suizo lo trataban de “padre” o de “ingeniero”, sin ser ni lo uno ni lo otro. Poco a poco se convirtió en un amigo, alguien cercano, sin otra etiqueta. Podríamos decir que en las minas bolivianas Jean-Claude se hizo fotógrafo y encontró un lugar para anclar sus valores y su visión de la justicia social.

“Había en su mirada más palabras que en cualquier voz”. Para Wicky ninguno de esos mineros es un rostro anónimo, todos tienen nombre y apellido y con cada uno de ellos Jean-Claude ha mantenido una larga relación: Hilarión Mamani, Johnny Mitma, Julia Villca, Paulino Calle, Emilio Mena…  

Cuando le pregunté por qué se ancló en Bolivia cuando él ya había recorrido el mundo, me respondió: “Desde mi primer viaje a Bolivia, diez años antes de empezar a fotografiar, me impresionaron las condiciones tan difíciles de trabajo de los mineros en las entrañas de la tierra. Eso me marcó tan profundamente que nunca olvidé lo que había visto”. Lo que más le atrajo de los mineros: “La solidaridad en las tinieblas, frente al peligro. Entran a la mina pero no saben si van a salir”.

“¿Cómo fotografiar la humedad, el calor, el olor acre del mineral que impregna los cuerpos? Cómo fotografiar la oscuridad de la mina, espesa, más impenetrable que la roca, que borra todo sentido de orientación, toda noción de tiempo y de distancia, oscuridad que quema los ojos y hace desaparecer el cuerpo?”

No solamente fueron desafíos técnicos los que tuvo que vencer para fotografiar sin flash en interior mina, en la oscuridad, la humedad y el polvo, sino un reto mayor: “la inteligencia de los ojos para transformar la observación en emoción”.

En Todos los días la noche no hay la menor pretensión demagógica.  Lo único que hace Wicky con sencillez y humildad es narrar su retorno a Bolivia para reencontrar a sus amigos mineros, darles una oportunidad de hablar de sí mismos y entregarles una copia del libro en mano propia.  Esas escenas, hacia el final del film, son conmovedoras. Wicky recorre los centros mineros en un jeep rojo, cargado de ejemplares de su libro, y en cada lugar vuelve a encontrar a sus amigos mineros o se entera de la muerte de alguno de ellos. A Valentín le entrega no solamente el libro, sino dinamita, guías, fulminantes y coca…

La frase “los disfraces fúnebres de la muerte” adquiere toda su dimensión en esta película que empieza y termina con las fotografías en blanco y negro y el sonido de las explosiones de cargas de dinamita en interior mina. Las imágenes en color, muy bellas, contribuyen a subrayar las cualidades de las fotos en blanco y negro. El movimiento permite afirmar que la vida sigue a pesar de todo, el trabajo y los momentos de descanso, el culto al “tío” de la mina y los tributos de sangre a la pachamama.

Una escena impactante durante la producción del film es cuando Wicky encuentra casualmente en su camino a una pareja joven de mineros, Víctor Matero y Cintia acompañados de Melanie, su pequeño bebé. Ellos, como miles de otros, trabajan en la explotación artesanal de mineral y uno no puede dejar de pensar si en 20 años no estarán envejecidos e igualmente empobrecidos, quizás al borde de la muerte.

Alfonso Gumucio con Jean-Claude Wicky, La Paz, mayo 2014
En el trabajo fotográfico y documental de Jean-Claude Wicky hay mucho más que un interés profesional y mucho más que una pasión de fotógrafo por un buen tema. Lo que trasciende en su trabajo es un amor por los mineros y un compromiso con Bolivia que muy pocos bolivianos pueden decir que han asumido a o largo de sus vidas. Jean-Claude nos enrostra sus fotos y su película frente a la cara como un espejo y nos obliga a vernos autocríticamente. Por ello para expresar la gratitud que sentimos hacia Jean-Claude Wicky, la palabra “gracias” resulta demasiado corta y desgastada. Necesitaríamos una mejor palabra, una que todavía no existe. 

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¿A dónde fueron los albañiles
la noche que terminaron la Muralla China?
—Bertolt Brecht