06 marzo 2014

Barbie, reina de alasita

En alasita hay más muñecas Barbie que ekekos. El dios de la fortuna brilla por su ausencia y si aparece se lo ve disminuido, caído en desgracia. Carga pocos y básicos enseres, se parece más a un aparapita del mercado que al rey de la feria.

El 24 de enero a mediodía, como siempre, se inauguró la feria con bombos y platillos, en presencia de dos grandes autoridades, el vicepresidente de la república y el alcalde de la ciudad de La Paz, además de un ekeko tamaño natural, en carne y hueso, que animó la ocasión. Pero pasadas las formalidades del primer día el encanto llega rápidamente a su fin y alasita se saca la máscara y se muestra tal cual es.

La primera impresión que produce la feria es lamentable. Cuando uno se acerca caminando desde la parte alta de la Avenida del Ejército, ya sea desde Miraflores o desde la universidad, lo primero que ve son los techos de calamina, como si se tratara de un campamento improvisado o de una villa miseria. Parecería que cada vendedor arma su propio puesto, con palos disimulados ahora por telas que distribuye la alcaldía para cubrir los puestos cuando no hay quien atienda (es decir, la mayor parte del tiempo).

Los sectores que dividen la feria de alasita dicen mucho de los cambios que ha sufrido en el curso de los años recientes. Las secciones de juegos y de comidas -que se reconocen fácilmente por los olores saturados, la basura dispersa por el suelo y la bullanga de los jóvenes- ocupan más espacio que las dedicados a exhibir la artesanía en miniatura. Y aún en el sector que dice “miniaturas”, abundan todo tipo de productos que no corresponden a esa categoría: monos de peluche, muñecas, juegos de fortuna, entre otros.

Las miniaturas son las menos. O quizás son ahora microscópicas, por eso no se las ve. Pocos puestos exhiben casitas (ahora de plástico, ya no de yeso como antes), carretillas, picos, palas, ladrillos, calaminas, tejas y otros materiales de construcción, alacenas llenas de pequeñas latas de conserva, minúsculas botellas de refrescos o de alcohol, bolsitas de arroz, de azúcar, camiones de metal (ya no de madera como antes), maletas de cartulina con billetes de varios tamaños, dólares, euros y pesos bolivianos, tarjetas de crédito y de identidad, certificados de matrimonio o títulos profesionales.

Desaparecieron los negritos, las petacas de cuero y los soldaditos de plomo, y si no fuera por la iniciativa de los propios diarios, ya  hubieran desaparecido también las ediciones de periodiquitos. Son estos periodiquitos los que mejor mantienen la tradición, quizás porque su producción no está en manos de los comerciantes de la feria. Cada uno es un pequeño despliegue de humor y de sarcasmo. El Diario, La Razón, Página Siete, Jornada, el semanario Satélite Hoy y la revista Oxígeno son muestras de creatividad con sus portadas, suplementos, fotografías trucadas.

Lo que realmente abunda, y debe ser porque es lo que más se vende, son las muñecas de plástico, los caballos y elefantes de cerámica china, los juguetes que representan a los héroes y superhéroes de las series de televisión. En el mejor de los casos hay puestos con artesanía nacional, de Oruro o de Cochabamba, pero no en miniatura.

Año tras año las veces que me ha tocado visitar la feria de alasita he notado la pérdida irreversible de aquello que fue su esencia desde que nació: una feria donde todo lo que se exhibía y se vendía eran objetos en miniatura, y donde el ekeko era el rey. Ahora por cada puesto de miniaturas hay dos puestos con muñecos de plástico, de plantas, de cerámica china, de comidas grasientas, o de juegos de azar. El espacio físico de la feria de alasita ha sido tomado por todo aquello que es ajeno a esa celebración.

Esta no es una feria de artesanos sino de comerciantes que venden lo que los artesanos fabrican encerrados en su talleres o en el Panóptico de San Pedro. La actitud es diferente, mientras el artesano usa sus manos para darle forma a objetos menudos que son parte de una tradición más que centenaria, los comerciantes exhiben algunas de esas piezas como coartada para justificar su presencia en la feria, pero la mayoría vende productos que no tienen nada que ver con  el tradicional espíritu de alasitas.

Parecería que los artesanos son presos de los comerciantes y que solamente producen aquello que les piden. No se ve ninguna creatividad artesanal, no se ve tampoco innovación en las propuestas que se hacen en madera, barro, paja o metal. Es como si solamente la inercia mantuviera algunos de los rasgos de alasita.

Hace cinco años con algunos colegas especialistas de la comunicación organizamos un seminario internacional en La Paz y se nos ocurrió preparar para los panelistas e invitados especiales un regalo significativo: un ekeko de la comunicación. Le pedimos a un artesano que cargara al ekeko con un receptor de radio, un altavoz, una cámara de video y otra fotografía, un teléfono celular, un periódico, una grabadora, una computadora y una máscara para significar que el baile y el teatro son también parte de la comunicación.

Nuestro regalo a los invitados nacionales e internacionales fue bien recibido. Para mi coleto, como decía Jaime Sáenz, creí que los artesanos se iban a poner las pilas y que en una próxima feria encontraríamos ekekos de la comunicación, de la medicina, de la educación, de la justicia, de la enseñanza, de la construcción, de la música, de las artes plásticas, del deporte… y así sucesivamente. Pero nada, ninguna otra iniciativa que la de Mujeres Creando que presentó la versión contestataria de una ekeka.

La cultura es un proceso en permanente evolución, nadie espera que la festividad de alasita permanezca congelada a través del tiempo ni que sea lo mismo que fue en 1871 cuando dicen algunos que se originó la tradición, pero la interacción cultural debería contribuir a mejorar sus rasgos esenciales en lugar de malversarlos y pervertirlos. En alasita debería reforzarse la fabricación manual y artesanal de las piezas, estimular la calidad y la creatividad de los artesanos, y fijar normas que excluyan todo lo que no sea en miniatura, eliminar los objetos de plástico importados o locales, los juegos, las comidas y la venta de ropa, muñecas, plantas ornamentales y todo lo que desnaturaliza esa hermosa tradición que heredamos.

¿Por qué el Ministerio de Culturas y el gobierno municipal de La Paz no establecen normas ante de que la festividad de alasita se convierta en cualquier otra feria de comidas, juegos y venta de todo un poco?

Si de artesanía se trata, de cualquier tamaño, no hay mucho de qué enorgullecernos. La artesanía nuestra es por lo general tosca, mal acabada y de variedad limitada. A diferencia de los peruanos, mexicanos, guatemaltecos, salvadoreños, colombianos o ecuatorianos, nuestros artesanos parecen instalados definitivamente en la ley del mínimo esfuerzo, aunque hay algunas honrosas excepciones que confirman la regla.

Podemos encontrar muestras de trabajo muy bien realizado en los textiles tradicionales de Tarabuco y en los aqsu de los Jalq’a de Potosí y Sucre que trascienden la categoría de artesanía porque constituyen verdaderas obras de arte donde cada pieza es única. Sin el proyecto ASUR quizás también se habría perdido esa gran tradición de creativas tejedoras indígenas. Los artesanos de comunidades indígenas del oriente que comercializan sus productos a través de Arte Campo en Santa Cruz, son otro ejemplo digno de encomio. Repito, son excepciones. Habrá otras más, pocas.

¿Puede alasita ser incluida por la Unesco en la lista de patrimonio cultural inmaterial de la humanidad? No en estas condiciones. El comité impulsor tuvo que retirar la candidatura cuando se dio cuenta de que iba a ser rechazada. No es cuestión de presentar buenos documentos históricos, sino de demostrar que todavía existe una manifestación cultural que vale la pena preservar y promover mediante su incorporación en la prestigiosa lista de festividades protegidas. Para ello habría que depurar la feria de todo lo que actualmente le sobra, y mejorar la calidad y la cantidad de la artesanía en miniatura.

En las condiciones actuales sería mejor cambiarle de nombre a las alasita, que se saquen las máscaras los falsos ekekos, que se elija como reina de la feria a una Barbie vestida de cholita, que los caballos y gallos chinos saturen nuestro calendario hasta hacernos olvidar de nuestros propios nombres.