05 enero 2014

Gérard de Villiers

El 31 de octubre del 2013 a los 83 años de edad murió con un cáncer de páncreas el escritor Gérard Adam de Villiers. La noticia pasó casi desapercibida en estas alturas altiplánicas, porque pocos en Bolivia conocen a este francés que publicó 200 novelas de espionaje (a un  promedio de 4 por año), que fueron traducidas a muchos idiomas y que vendió la friolera de 150 millones de ejemplares desde que comenzó en 1965 con la saga de su personaje estrella, el espía Su Alteza Serenísima (SAS), el príncipe Malko.

La prolífica y famosa serie SAS cuenta las aventuras de este espía internacional que aparece con la misma facilidad en cualquier ciudad o rincón del mundo, vinculado a organismos de inteligencia nacionales e internacionales, a conspiraciones y complots. No hay ciudad del mundo que no haya aparecido en sus novelas, pero no es la cantidad de obras la que posicionó al escritor entre los especialistas del género, sino la exactitud de la información ofrecida.

Esto se atribuyó durante mucho tiempo a los viajes de dos o tres semanas que de Villiers realizaba a los países para reunir información para sus proyectos. Su disciplina era legendaria: dos semanas de exploración en el terreno y seis semanas de escritura en París le permitían entregar una nueva novela cada enero, abril, junio y octubre. Sus ingresos anuales de aproximadamente un millón de euros le garantizaban una vida confortable en alguna de sus mansiones.

Como otros escritores de novelas de espionaje que se venden bien pero que no merecen mucho el respeto de la crítica, la vida de este autor permaneció en una conveniente zona de discreción hasta que el New York Times le dedicó un largo artículo en enero del 2013, escrito por Robert Worth, colocándolo bajo los reflectores del mundo editorial.  Una revista francesa retomó el tema en agosto 2013 para revelar que de Villiers había trabajado con el servicio de inteligencia francesa (SDECE), lo cual explicaría la información de primera mano que revelaban sus novelas.

Como puertas que se abren hacia una verdad más interesante que la que deja suponer el éxito superficial de los best sellers, siguieron apareciendo testimonios de diplomáticos y antiguos oficiales de inteligencia de varios países que dieron a entender que de Villiers obtenía su información de fuentes de inteligencia en activo.

Así se sucedieron novelas cuyo título generalmente indicaba el lugar de los hechos narrados, varias de ellas ambientadas en la región latinoamericana e inspiradas en hechos históricos y políticos reales, como Duelo en Barranquilla, El orden reina en Santiago, Visa para Cuba, SAS contra la CIA, La caza del hombre en PerúSamba para SAS, El ángel de Montevideo, Cruzada en Managua, Ciudad Juarez, Que viva Guevara, El hombre fuerte de Panamá, etc.

Una nota reciente de mi amigo Carlos Carrasco me convenció de que no sería mala idea recordar la novela que de Villiers escribió sobre Bolivia, Safari a La Paz, sobre la que yo publiqué un largo comentario en el suplemento Semana de Ultima Hora, el viernes 10 de junio de 1977. Quizás fui uno de los pocos lectores que esa novela tuvo en Bolivia.

Leí ese y otros de sus libros, que no pueden ser clasificados entre las grandes obas literarias, pero que tienen un rasgo interesante, que es la descripción minuciosa de algunos detalles que nos hacen pensar que reunía cuidadosamente información sobre cada caso, ciudad o país sobre el que iba a escribir.  Al menos tiene el mérito de haber conocido los lugares sobre los que escribió, viajó bastante más que Lobsang Rampa, aquel místico autor de El tercer ojo y otros best-sellers, de quien luego se supo que era el buen señor inglés Cyril Henry Hoskin que nunca había salido de su casa en Surrey, hasta que las revelaciones sobre su verdadera identidad lo llevaron a huir a Irlanda, a Uruguay y finalmente a Calgary en Canadá, donde falleció. En nuestra época de búsqueda de la espiritualidad todos leímos con fruición sus primeras novelas, y muchos nos sentimos igualmente engañados cuando se supo la verdad, aunque otros muy voluntariosos todavía le rinden culto.

De Villiers no engañaba a nadie porque no ofrecía sino una buena trama de espionaje basado en hechos reales, o al menos probables. En Safari a La Paz se inspira en la cacería del viejo nazi refugiado en Bolivia.

Klaus Barbie vivía todavía en La Paz y caminaba tranquilamente por el Prado cuando de Villiers publicó su novela y cuando yo publiqué mi comentario sobre ella. Probablemente leyó ambos muy divertido, pues en esa época gozaba de la protección del dictador Bánzer y más delante de la que le brindó García Meza (si  olvidar que ya había sido protegido por el gobierno de Estados Unidos entre 1947 y 1951, como otros jerarcas nazis).  No fue sino años más tarde, durante el gobierno de Hernán Siles Zuazo, que el “carnicero de Lyon” fue deportado a Francia, el 25 de enero de 1983, para ser juzgado allá por los crímenes de guerra que cometió como jefe de la Gestapo en esa ciudad del sur de Francia. Condenado a 4 años de cárcel en 1987, murió en prisión en 1991.

El comentario que escribí tiene ahora cierto valor histórico por el hecho de que daba cuenta para los lectores paceños, de una novela que hurgaba un tema todavía candente. Fue por ejemplo en esa época que otro escritor francés, René Hardy, a quien llegué a conocer en su casa en París, llegó a Bolivia para identificar en la calle a Barbie, que vivía en Bolivia escondido detrás del apellido Altmann. Con el mismo propósito estuvo en nuestro país la cazanazis Beate Klarsfeld, quien llegó dos veces a principios de la década de 1970 para exigir la extradición. El 23 de febrero de 1972 ni siquiera la dejaron abordar el avión en Lima, con destino a La Paz. A ese extremo protegía el gobierno militar al viejo nazi.

Ese es el contexto histórico de la novela, pero como mi comentario sobre Safari a La Paz es un poco largo, lo dejo para la siguiente entrega.

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La política es más peligrosa que la guerra,
porque en la guerra sólo se muere una vez. 
—Winston Churchill