09 enero 2013

Fiesta de cine en La Habana


A principios de diciembre estuve en el 34º Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana, Cuba, luego de más de dos décadas de ausencia.

En la década de 1980 fui asiduo del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano que tiene lugar cada año en La Habana. Recuerdo con nostalgia una de las mejores ediciones del festival, la de 1985, cuando el evento estaba quizás en su momento más alto, la cúspide. El Gran Premio Coral se lo llevaron ese año ex aequo dos grandes obras: Frida del mexicano Paul Leduc y Tangos, el exilio de Gardel del argentino Fernando “Pino” Solanas. El Segundo Premio Coral fue para La historia oficial, del también argentino Luis Puenzo, y el Tercer Premo Coral para el peruano Francisco Lombardi por La ciudad y los perros. Esos títulos dan una medida de la excelencia de las películas que concursaron ese año. No se podía pedir más.    

En el 7º Festival no solamente hubo hermosas películas representativas de la cinematografía de la región. Fue el año que se creó, el 4 de diciembre, la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, presidida por Gabriel García Márquez, cinéfilo mayor que declaró entonces: “Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine  latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”
Hubo mucho más. Fidel anunció la creación de la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) en San Antonio en Los Baños, que se inauguró un año más tarde, el 15 de diciembre de 1986, con Fernando Birri como director. En el Teatro Carlos Marx escuchamos fascinados durante cinco horas, de pie, el discurso de Fidel en el que anunciaba tantas cosas buenas para el cine latinoamericano. Habló de su amor por el cine y lo hizo con tanto conocimiento del tema, que no nos aburrimos ni un minuto. Los discursos de Fidel eran entonces de antología, por su elocuencia y la calidad de la información que manejaba. El cine ha sido siempre favorecido por el proceso revolucionario cubano y en especial por Fidel. No olvidemos que uno de los primeros decretos del gobierno de la Revolución fue la creación del ICAIC.

Durante los años siguientes estuve en el festival gracias a la generosidad de las instituciones cubanas que me invitaban. En 1988, en el 10º Festival participé como miembro del jurado de cine documental, y en otras ocasiones en mesas de discusión. Me invitaba el ICAIC, el ICRT que dirigía Manelo (hoy encargado del ALBA Cultural), o la Escuela de Cine.

Cada festival era un regalo pues allí nos juntábamos todos los cineastas de América Latina, no hay cineasta latinoamericano que no haya pasado por el Festival de La Habana, el lugar anual de encuentro. Veíamos toda la producción de cine de la región, La Habana se convertía en una fiesta del cine, filas interminables frente al Cine Yara, al Cine 23 y 12, al Cine Chaplin, al Cine La Rampa, al Cine Riviera, y otros donde se exhibían y se exhiben cada año todas las películas del festival. La población de la capital cubana saca a relucir su cinefilia, todos son parte del festival, todos hablan con propiedad sobre cine.

Durante los diez días del festival se daban cita directores de las revistas de cine, historiadores y críticos cinematográficos, técnicos, directores de cinematecas, guionistas, productores y distribuidores. La salida de un nuevo número de la revista Cine Cubano, en papel periódico, era un acontecimiento, así como los afiches de las nuevas películas, estallidos de color y de ingenio, diseñados por Bachs, Coll, Julio Eloy, Niko, Reboiro o Coni, entre otros artistas. Conservo varios de ellos impresos en serigrafía; hoy son artículos de colección, con esa nobleza de la tinta espesa que los hace únicos.

No faltaban en esa fiesta del cine actores de América Latina y del resto del mundo. Me tocó escuchar en varias ocasiones los comentarios llenos de admiración de Jack Lemmon, de Robert de Niro, Christopher Walken, de Gian María Volonté o de Harry Belafonte luego de las largas sesiones nocturnas a las que los convocaba Fidel para hablar de cine luego de ver en privado las películas del festival, de modo que estaba al tanto de las nuevas producciones. Por entonces era corriente escuchar que Fidel no dormía, le bastaban dos o tres horas de sueño y pasaba el resto de la noche mirando películas y conversando con los invitados.

García Márquez, Fidel Castro, Fernando Birri
Los invitados al festival esperábamos cada año la cena que ofrecía Fidel. De pie en la entrada del palacio, el líder cubano estrechaba la mano de todos, uno a uno, mientras el fotógrafo oficial registraba la escena. Me hubiera gustado tener copia de esas fotos.  

El festival era una fiesta que duraba 24 horas cada día. Casi no dormíamos.  En las mañanas había conferencias de prensa, encuentros con cineastas o actores, deliberaciones de los jurados, muestras de carteles, presentaciones de libros y otras actividades en simultáneo, de modo que era imposible asistir a todas.

En las tardes, hasta la media noche, se proyectaban las películas del festival, largometrajes de ficción o documental, cortometrajes de toda clase, animaciones y videos, prácticamente todo lo producido en nuestra América Latina durante el año, pero también películas de otras regiones. Y a partir de la media noche, las fiestas extraordinarias de las que conservo una memoria dulce. Junto al Teatro Carlos Marx, en el club Cristino Naranjo, uno podía recorrer seis o siete espacios animados por las mejores bandas de música. Allí escuché al formidable trompetista Arturo Sandoval, a los Van Van, entre otros músicos notables. Los mojitos nocturnos aparecían sobre las bandejas que circulaban los mozos, y desaparecían en un santiamén. El entusiasmo de cubanas y cubanos era contagioso, hasta yo me atrevía a bailar hasta que a las 3 o 4 de la madrugada salían las últimas guaguas hacia los hoteles.

En 1990 me fui a trabajar al África, de modo que no he regresado al festival hasta ahora, en 2012, aunque he estado en Cuba en otros eventos. El festival ya no tiene la dimensión que tuvo en sus mejores momentos, porque ya no se dispone de los recursos de antes. 


En esta ocasión participé en la mesa de diálogo “El espacio audiovisual latinoamericano: realidades y desafíos”, en el marco del Sector Industria del 34 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. La actividad auspiciada y coordinada por el Observatorio del Cine y el Audiovisual Latinoamericano, OCAL/FNCL, programa de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, estuvo dedicada a la memoria de Octavio Getino, asesor de la Fundación  y Coordinador  de su  Observatorio. La mesa fue integrada por Susana Velleggia, Orlando Senna, Rosa Sofía Rodríguez, Alfonso Gumucio Dagron, Fernando Brugman de la Oficina Regional de la UNESCO en La Habana, y Katherine Grigsby, directora de la Oficina de la Unesco en México.  

El propósito era “reflexionar en torno a las realidades del audiovisual en tanto expresión cultural y artística donde coinciden ciencia, tecnología, inversiones, mercados en ese espacio de identidad y diversidad cultural  de nuestros pueblos y naciones”, para entender la necesidad de construir el espacio audiovisual latinoamericano y caribeño.


Annette Bening
Como siempre, el Hotel Nacional es el lugar de encuentro con colegas que uno no ha visto en muchos años.  Volví a encontrar al nicaragüense Ramiro Lacayo, luego de tres décadas, al chileno Miguel Littin a quien no veía desde Brasilia, hace siete años, a algunos otros de Venezuela, Guatemala, Brasil y por supuesto a los amigos cubanos: Manelo, Lola Calviño, Julio García Espinosa, Alquimia Peña y otros colegas de la Fundación. Muchos menos cineastas de la región que en aquellas épocas donde nadie faltaba a la cita en La Habana. Entre los invitados no latinoamericanos, destacaba la presencia del presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos, Hawk Koch, quien asumió en agosto de 2012 ese cargo, y la de la actriz Annette Bening en representación de la junta directiva de la Academia de Hollywood.

Esta vez pude ver pocas películas pues mi presencia en el festival estaba enmarcada en las actividades de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (FNCL), a las que me referiré en otra nota. Entre los pocos largometrajes que vi, me gustó mucho La película de Ana de Daniel Díaz Torres, y no fui el único en apreciar sus cualidades, ya que al finalizar el festival, el filme obtuvo varios premios: el Premio Coral de Guión, el Premio Coral de Actuación Femenina, y el Premio de Distribución de Amazonia Films. Sentí el mismo placer que tuve hace años cuando en el Festival de Huelva descubrí Suite Habana (2003) de Fernando Pérez.

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Nunca voy a ver películas donde el pecho del héroe
es mayor que el de la heroína. —Groucho Marx