08 octubre 2012

Voces para el Ché


Ahora que se cumple el 45 aniversario de la muerte del Ché, traigo a la memoria un disco de vinilo que Casa de Las Américas editó en 1977 para conmemorar los primeros diez años de su asesinato en Bolivia. Se trata de un disco donde 24 poetas latinoamericanos y  caribeños leen los poemas que han escrito sobre el Ché.

La selección de poetas incluye a Julio Cortázar (Argentina), Thiago de Melo (Brasil), Mario Benedetti (Uruguay), Nicolás Guillén (Cuba), Otto Raúl González (Guatemala), Rene Depestre (Haití), Jaime Labastida (México), Mirta Aguirre (Cuba), Jaime Galarza (Ecuador), Gonzalo Rojas (Chile), Pedro Rivera (Panamá), Luis Vidales (Colombia), Lincoln Silva (Paraguay), Andrew Salkey (Jamaica), Thelma Nava (México), Edmundo Aray (Venezuela), Eliseo Diego (Cuba), Omar Lara (Chile), Alejandro Romualdo (Perú), Carlos Changmarín (Panamá), Anthony Phelps (Haití), Auguste Macouba (Martinica), Félix Pita Rodríguez (Cuba), y un poeta boliviano que era entonces tan joven como desconocido, pues no había aún publicado su primer poemario: Alfonso Gumucio Dagron.

No tengo idea por qué motivo fui invitado a codearme en ese disco con poetas tan respetables. Quizás fue porque en aquella época, a mediados de 1976, en París, yo preparaba una tesis sobre el cine documental de Santiago Álvarez, y estaba planeando un viaje a La Habana, que al final no hice porque los cubanos se tardaron meses en darme la visa. No sé si tuvo relación con eso, pero un día recibí una carta de Casa de las Américas pidiéndome que grabara mi poema “Ché”, que se había publicado en alguna revista, y que años después recogí en mi libro Antología del asco (1979). Siguiendo las indicaciones, grabé el poema en los estudios de sonido del Institut de Hautes Etudes Cinematographiques (IDHEC), donde estaba concluyendo mis estudios de cine, y envié la cinta a Casa de las Américas a través de la Embajada de Cuba en París.

Cual sería mi sorpresa, al año siguiente, luego de recibir un ejemplar del disco (que aún conservo), cuando escuché mi voz y apenas pude reconocerla. Era una voz más aguda que la mía, un poco chillona para mi gusto. Entendí lo que había sucedido: la grabación en París se hizo con electricidad de 50 Hz (frecuencia en ciclos), pero al reproducirla en Cuba lo hicieron con 60 Hz, por lo que la velocidad era mayor. Hoy esas cosas ya no pasan, todo está digitalizado, aparentemente para siempre, aunque no sea cierto.

Lo anecdótico pasó a la historia, y así quedó el disco. Con el paso de los años llegué a conocer a algunos de los poetas que eran mis vecinos ocasionales en esa aventura fonográfica de Casa de las Américas. Ya había conocido a Julio Cortázar en París, a principios de los años 1970, como he contado otras veces, y también a Jaime Galarza, a quien filmé en 1975 junto a Philip Agee, el exagente de la CIA, para recoger sus testimonios sobre las intervenciones de la CIA en Ecuador. Luego de varias décadas me dio mucho gusto volver a encontrar a Jaime en Quito, en febrero de 2011.

Unos años más tarde, en 1982 conocí en México a Jaime Labastida, porque fue uno de los tres miembros del jurado del Premio Nacional de Testimonio del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), que gané con mi libro La máscara del gorila. Jaime era entonces –y lo fue durante casi 20 años- director de la revista Plural, de la que fui colaborador regular. Desde 1990, Jaime es el director de la Editorial Siglo XXI.

Mi amistad con el panameño Pedro Rivera tiene que ver más con el cine que con la poesía.  Hemos coincidido varias veces en el Festival Internacional de Cine de La Habana, y alguna vez lo visité en Panamá, donde él dirigía el Grupo Experimental de Cine Universitario (GECU) y una excelente revista, Formato 16. Con Benedetti estuve muy brevemente en eventos en México y en Cuba, y a Gonzalo Rojas –que acababa de recibir el Premio Cervantes- lo conocí durante el Festival de Cine de Málaga a fines de abril del 2004, en el hotel donde ambos estábamos alojados. Nunca conocí a los otros, la mitad ya fallecidos.

Este es el poema que grabé entonces, que también se puede ver en YouTube:

Ché

habrá una sombra siempre

allí habrá una sombra una luz cerca

aquí siempre una frente en la maleza

no se la ve se la siente en la humedad
de cada árbol
                     se descuelga
el latido vivo de la selva viva
desde que la sangre
escogió allí su caparazón verdadero

a despecho de hijos de puta
militarotes de estrella norte y águila
en el pecho
se ha de partir esta tierra
han de morir corbatas y galones
y hasta dará pena hablar en castellano

ya el rumor está corriendo ríos
las hojas hacen eco
la nieve las alturas el mar
tiemblan de esperanza pero el canto es
triste todavía la sombra
se mueve lentamente
multiplicada
llora sonríe putea no olvida ama crece
y no hay quien la detenga
porque ama
  
Casualmente encontré en Internet el sitio de literatura Palabra Virtual, donde subieron mi poema y los otros poemas del disco de homenaje al Ché.


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Hay que tener una gran dosis de humanidad,
una gran dosis de sentido de la justicia y de la verdad,
para no caer en extremos dogmáticos.   —Ché