17 julio 2012

Entre Medellín y Rionegro


A mediados de junio viví una semana intensa entre Medellín y Rionegro. Mi itinerario incluyó visitas a experiencias de comunicación participativa en las comunas de Medellín, y en los municipios de Guatapé y El Retiro en el oriente antioqueño, además de varios encuentros con profesores y estudiantes, una conferencia en la Universidad de Antioquia en Medellín, y otra en la Universidad Católica de Oriente (UCO), en Rionegro.  


Todo esto fue idea de un estudiante de comunicación, David Montoya, que sabe lo que quiere y lo consigue con dedicación y esfuerzo personal. Su sano empecinamiento le permitió a David hacerse de algunos cómplices y concretar su iniciativa de llevarme a esa región de Colombia: en Rionegro se alió a Juan Diego Agudelo, del Programa EstratégicoRegional (PER) del oriente antioqueño, institución que se hizo cargo de una parte importante del costo, y en Medellín contó con el apoyo de Jaime López, profesor en la Universidad de Antioquia, quien coordinó con el grupo de estudiantes "Barrio U" el itinerario de visitas en las comunas de la ciudad. Carlos Vásquez Cardona, Coordinador del Programa de Comunicación Social de la UCO, fue otro de los colegas que se sumó a ese tinglado de complicidades y alianzas.

Aunque las comparaciones son odiosas, las ciudades colombianas de Medellín y Rionegro se parecen en algo a las bolivianas La Paz y El Alto: tanto La Paz como Medellín son capitales de departamento que se han desarrollado en un valle profundo, rodeadas por cerros en los que vive la población más empobrecida. En el altiplano de El Alto y en el de Rionegro, se encuentran dos aeropuertos internacionales que sirven a La Paz y Medellín respectivamente.

Medellín, ciudad rescatada de la violencia 
Ahí se detienen las similitudes y empiezan las diferencias, pues el oriente antioqueño es una de las regiones más ricas de Colombia, y Medellín (a 1.470 metros sobre el nivel del mar, y casi 3 millones de habitantes) es una ciudad muy agradable en comparación a La Paz (a 3.650 metros de altitud, un millón de habitantes) y El Alto (4.070 metros, un millón 200 mil habitantes), ambas en estado lamentable, a punto de colapsar. En Rionegro y otros municipios del oriente antioqueño el paisaje se caracteriza por una vegetación abundante, el verde domina hacia donde uno mire. Ya sabemos que no es así en La Paz y El Alto, donde apenas sobreviven los arbolitos protegidos por muros de ladrillo para que el viento helado no acabe con ellos. 

No fue nada fácil para Medellín, la segunda urbe más importante de Colombia, convertirse en la ciudad moderna y agradable que es hoy. A diferencia de La Paz, Medellín tuvo que enfrentar la enorme adversidad de la violencia del narcotráfico. En los barrios la gente se seguía matando y el ruido de las balaceras era parte del paisaje sonoro de la ciudad. Al ex alcalde Sergio Fajardo le preguntaron cómo logró sacar de ese hoyo profundo a la capital antioqueña, y respondió:  “Cambiándole la piel a la ciudad”. En menos de una década el cambio fue radical. Gracias a Fajardo y al anterior alcalde Luis Pérez Gutiérrez, se invirtió en programas sociales para bajar los índices de criminalidad. Se renovaron escuelas, se construyeron bibliotecas públicas y se abrieron puntos de internet gratuito en los barrios populares más peligrosos. Pero quizás lo más importante fue la integración de las comunas periféricas a través del metrocable y, aún antes, del metro, con el que se consolidó un proceso de cultura ciudadana de paz y convivencia.  


Los primeros días Jaime López y los jóvenes estudiantes de Barrio U me llevaron a visitar experiencias de comunicación participativa en las comunas 3, 6, 8, y 13, situadas en la partes altas de Medellín, conocidas por haber sufrido muchos años de violencia.

Estuve en el Centro de Producción Audiovisual Cinética 8 y la escuela de reporteros gráficos de la Comuna 8, un proyecto coordinado por la Corporación para la Comunicación Ciudad Comuna (Villa Hermosa), que fue reconocido en 2010 como mejor colectivo comunitario audiovisual de Medellín. En la Comuna 6 me reuní con compañeros y compañeras de las emisoras comunitarias Zona Radio y Esquina Radio, que tras un largo proceso de licitación ya cuentan con una licencia para operar legalmente. En la Comuna 13, una de las más amenazadas todavía por la violencia, estuve con los jóvenes de la Corporación Kinésica, que producen el periódico barrial Signos desde la 13. Finalmente, me recibió en la Comuna 3 el colectivo de estudiantes y egresados de la Universidad de Antioquia que produce el periódico Tinta Tres, una iniciativa que en sólo dos años de actividad ya fue reconocido en 2011 como mejor periódico comunitario de la ciudad.



En otra nota me referiré con mayor detalle a esas experiencias, por ahora quiero concentrarme en las actividades académicas. Una de ellas fue una reunión con los animadores de la estrategia “En Familia”, coordinada por la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia desde el año 2008, y centrada en la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad. Esta estrategia comunicacional que ha beneficiado hasta ahora a 2.580 familias, considera la comunicación y la educación como ejes transversales para el desarrollo de capacidades, la participación comunitaria y la construcción de estilos de vida saludables.

En la Universidad de Antioquia, Medellín
En el auditorio de Extensión Universitaria de la Universidad de Antioquia en Medellín, puse a consideración de estudiantes y profesores de varias universidades, una conferencia magistral “Diálogo de aprendizajes: educación y comunicación”, donde analicé la comunicación para el desarrollo y el cambio social, desde la perspectiva de la educación, la cultura y las nuevas tecnologías. Luego de la conferencia participé en la mesa sobre “Educación y cambio social”, donde Juan Camilo Muñoz Cardona y Dione Patiño García presentaron, respectivamente, “En Familia” y “Esquina Radio”, y yo me referí a mi propia experiencia de hace muchos años con la Cooperativa Tosepan Titataniske, en México.  Luego tuvimos oportunidad de recibir comentarios y preguntas de los participantes, transmitidas a través de live stream por internet.

También me reuní en la Universidad Católica, en Rionegro, con profesores y estudiantes del diplomado en Comunicación para el Desarrollo, que la UCO organizó en convenio con el Programa Estratégico Regional. Con ese mismo grupo realizamos una visita muy estimulante al proyecto El Laboratorio del Espíritu, en el municipio de El Retiro. De esto también hablaré en otra nota.

La otra conferencia fue en el auditorio de la Universidad Católica de Oriente (UCO), en Rionegro, donde hablé de las “Competencias del nuevo comunicador para el desarrollo”. Me referí en particular a los discursos y los enfoques de la comunicación para el desarrollo, la necesidad de un “nuevo comunicador” que pueda alentar procesos comunicativos con pensamiento estratégico, y los límites de las universidades para formar ese perfil de comunicador. La mayor parte de las universidades que tienen facultades de “comunicación social” en realidad forman periodistas para los medios audiovisuales e impresos, una pocas con énfasis en “ciencias de la comunicación”, y apenas un puñado se ocupa de formar comunicadores para el desarrollo.

La situación en Colombia, sin embargo, ha mejorado durante la última década. Muy pronto serán tres las universidades que cuentan con maestrías que enfatizan el concepto de la comunicación como proceso que contribuye en el desarrollo y el cambio social. La Universidad del Norte en Barranquilla cuenta con una maestría cuya creación tuve oportunidad de apoyar hace seis o siete años desde mi función de Director Ejecutivo para Programas en el Consorcio de Comunicación para el Cambio Social. La Universidad de Santo Tomás y la Uniminuto de Bogotá, cuentan también con flamantes maestrías en comunicación y cambio social, en cuyo diseño pude contribuir puntualmente.

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Irónicamente, a medida que nuestra capacidad de procesar 
y distribuir información y conocimiento se extiende y mejora, 
nuestra capacidad de comunicar y dialogar disminuye.       —Cees Hamelink