15 mayo 2012

La última sorpresa de Fuentes


Apenas ha pasado un año desde que, en una firma de libros en la Librería Gandhi, en México, le extendí a Carlos Fuentes un ejemplar de Todas las familias felices (2006).  Me preguntó “¿para quién?”. “Para Bolivia” le dije. A su lado una representante de la Editorial Santillana comentó: “¿Para todo el país?” mientras Fuentes dibujaba un mapa de América del Sur para ubicar exactamente a Bolivia en el corazón del continente. “¿Le gusta mi mapa?”, me dijo al devolverme el libro.

Le pregunté si su amor por el cine, compartido con García Márquez, había influenciado su narrativa. “Me gusta mucho el cine, conozco bien la época de la década de 1930 a 1950, pero pienso que la literatura se basta a sí misma; la imagen literaria es más poderosa que la del cine, porque le permite al lector imaginar, en tanto que en el cine el espectador está condenado a ver lo que está en la pantalla”, respondió.

Fuentes acaba de morir a los 83 años, luego de toda una vida como escritor. Desde 1954, cuando tenía 26 años, publicó 25 novelas, 15 ensayos, 11 libros de cuentos, 5 obras de teatro y 2 guiones. En otras palabras, un promedio de un libro por año. No cesó nunca de escribir y de sorprendernos con un plan de obras que fueron componiendo el rompecabezas de la sociedad mexicana, y también latinoamericana.

Debo confesar que cuando le dieron el Premio Nóbel de Literatura a Mario Vargas Llosa, tuve sentimientos encontrados. Me alegré, porque el premio reconoció a uno de los grandes escritores latinoamericanos, y me entristecí porque pensé que Carlos Fuentes –mayor que Vargas Llosa- tendría que esperar unos 8 o 10 años a que el premio completara otro circuito por el planeta, antes de caer nuevamente en nuestra región.

Ha sucedido tal cual. Ahora no podremos sumar el nombre de Carlos Fuentes al Nóbel de literatura, aunque se lo tenía más que merecido. Su nombre honraría al premio sueco, que algunas veces ha mostrado miopía y un precario sentido de las prioridades.

Se equivocan quienes dicen que Fuentes tuvo un “periodo revolucionario” y que luego se hizo conservador. En realidad mantuvo en su posición política una gran coherencia a lo largo de su vida, coherencia basada en su profundo respeto por la democracia, por las libertades individuales y colectivas y marcada por un sentido profundo de la ética. No se dejó encandilar por dirigentes que ofrecían más de lo que podían dar, y no dudó en criticar a quienes, a su parecer, actuaban de manera demagógica o irresponsable.

Cuando lo vi en la firma de libros, hace un año, estaba en forma, con toda su energía y lucidez. Fuentes siguió trabajando todos los días hasta el final. En una entrevista reciente con Francisco Peregil, de El País, realizada durante la Feria del Libro de Buenos Aires, anunció que había entregado a su editor su novela más reciente Federico en su balcón, donde el personaje es Nietzsche resucitado, y que se aprestaba a continuar con El baile del centenario, otra vez sobre la historia de México de principios del siglo XX, de la que ya tenía “muchos capítulos, notas y personajes”.    

En la librería Gandhi le pregunté algo que hoy tiene una resonancia dramática: “Hay escritores que escriben libros y los publican, y otros escritores que escriben con un plan para desarrollar una obra completa. Usted es de estos últimos. ¿Cuándo concluye ese plan?”

No dudó un segundo: “En la muerte. Espero escribir hasta el final, no tengo otra cosa que hacer. Una obra no se completa nunca. Balzac no completó la suya, por qué la voy a completar yo. Siempre se quedan cosas en el tintero”.

______________________________________

La muerte espera al más valiente, al más rico, al más bello. Pero los iguala al más cobarde, al más pobre, al más feo, no en el simple hecho de morir, ni siquiera en la conciencia de la muerte, sino en la ignorancia de la muerte. Sabemos que un día vendrá, pero nunca sabemos lo que es.          —Carlos Fuentes