10 febrero 2011

Niño Pa

Niño de las Mariposas, Niño de los Olivos, Niño de la Abundancia, Niño Desata Nudos, Niño de las Palomas, Niño Marinero, Niño de la Cosecha, Niño San Miguel de los Milagros, Niño Jaguar, Niño de las Uvas, Niño Chinelo, Niño Salvador del Mundo, Niño del Amor, Niño Juan Diego, Niño de Atocha, Niño Pescador, Niño Ángel de la Guardia, Niño Médico, Niño Futbolista…

La lista suma y sigue, pero todos esos niños son uno solo, el Niño Pan o Niño Pa (Niño Padre), también llamado Niño el Pueblo, Niño Peregrino de los Barrios o Niño Viajero, que se venera durante la fiesta de La Candelaria en la Iglesia de San Bernardino de Siena, en Xochimilco, al sur de la ciudad de México. Como tantas tradiciones mexicanas, esta se expresa cada año con mayor fuerza, subrayando una identidad cultural local, única, distinta; producto del sincretismo religioso cristiano e indígena.

Junto a la iglesia se ha instalado una feria extensa donde se fabrican, reparan y venden niños de yeso de todos los tamaños.  Sobre las mesas aparecen como llegaron al mundo, desnudos, de piel oscura o clara, de ojos celestes o marrones, chicos y grandes. 

A partir de allí las opciones se diversifican, la oferta de trajes y accesorios es amplia, para que cada niño adquiera una identidad diferente y un nombre entre los mencionados más arriba. Los trajes son lujosos, ampulosos, de seda o terciopelo, bordados de encajes, y junto a los accesorios, simbolizan la identidad que se quiere otorgar a cada figura. 
  
Una espiga de trigo, una espada, una calavera, un harpa, una corona de estrellas, un pescado, un billete de 500 pesos, monedas, uvas, una mariposa, una paloma, la imagen bordada de la Virgen de Guadalupe, una mitra papal, un sombrero de chinelo, o un estetoscopio, son los accesorios que sirven para destacar los símbolos que caracterizan a cada figura. 

Al niño Pa se le piden favores, como a todas las figuras de devoción.  Durante el año pasa varios meses trasladándose a hospitales y a hogares donde su sola presencia, según la tradición, tiene efectos milagrosos. La iglesia católica juega muy bien con estas tradiciones, no certifica ni niega los poderes de sanación, pero perpetúa los cultos que atraen a los fieles (y a los curiosos) a las iglesias.  

Se supone que el niño, nacido el 25 de diciembre, ya es robusto, ha cumplido 40 días de vida, y la tradición quiere que cada 2 de febrero, el Niño Pa de Xochimilco cambie de casa, como lo ha estado haciendo durante más de cuatro siglos. 


El sistema de mayordomía se cumple estrictamente, las familias se anotan con años de anticipación para venerar en sus casas, durante un año, la figura original que fue esculpida en el siglo XVI en palo de colorín (madera con la que se fabricaban los violines de los mariachis) por un indígena de Xochimilco que la hizo de manera que las articulaciones de sus miembros se muevan, para que pueda estar sentada o recostada. La figura de 43 centímetros de altura pesa apenas medio kilo sin sus ropas, y es tan frágil por el tipo de madera, que desde 1995 ha sido restaurada cada año. 

Al Niño Pa se lo trata como a un niño de verdad.  Dicen que se lo desviste cada noche para acostarlo en su moisés, y que a la mañana siguiente lo despiertan cantándole “Las Mañanitas”. Dicen también que ha acumulado a través del tiempo y de las donaciones de sus fieles, un ajuar tan abundante que cuando se traslada cada año de una familia de mayordomos a la siguiente, lo preceden varios camiones cargando sus muebles, sus ropas, sus joyas, sus enseres personales.  Todo eso suena a despropósito, pero así son algunas tradiciones.

El mero mero Niño Pa
La lista de futuros mayordomos es tan larga, que llega al año 2036 y ha sido cerrada por el momento; varios morirán antes de lograrlo. La familia del barrio de Tlacoapa que entregó este año, había esperado 35 años para gozar del privilegio, y la familia Poblano Hernández que se lo llevó ahora al barrio de Caltongo, tuvo que esperar aún más. Por eso la población en general, que no tiene esperanzas –ni dinero- de acceder a la mayordomía, se conforma con las miles de reproducciones que aparecen en la iglesia en esta ocasión, diferenciadas por sus múltiples identidades, trajes y accesorios.

Como casi todas las manifestaciones religiosas mexicanas, esta es una muestra más de sincretismo. Los indígenas que veneraron al Niño Pa lo asocian desde su origen con Huitzilopochtli, “el colibrí del sur”. 

La música diversa que se escucha durante la fiesta del Niño Pa es otra muestra de hibridación de la cultura mexicana: los chinelos enmascarados representan a los moros, la banda de viento trae ecos de lo rural, los mariachis son propiamente urbanos a pesar de su origen charro, y las estudiantinas representan el resabio español.

Chinelo
Ahí estuve, metido entre las dos hileras de chinelos, fotografiando de cerca sus rostros fijos, sin poder penetrar hasta los ojos que sin duda me miraban detrás de las caretas.

Todo esto sucede en medio de Xochimilco, un pueblo colonial donde aún se conservan los canales cuya red se extendía siglos atrás hasta el mismo centro de Ciudad de México, y que sorprendió a los conquistadores españoles a su llegada a Tenochtitlán. Alrededor de las chinampas con sus hileras de erguidos ahuejotes (“árbol del agua”), y de los canales sobrevivientes, serpientes de agua por donde circulan las “trajineras” pintadas de colores vivos, sigue creciendo una de las urbes más grandes del mundo.

Xochimilco, el paraíso de las flores, el lugar de la milpa, la sementera del valle de México, Patrimonio de la Humanidad, donde Quirino Mendoza compuso “Cielito Lindo”, ha quedado con su sabor a pueblo en medio de vías de alta velocidad, grandes avenidas y la locura cotidiana.