05 junio 2009

El Castillo de Hamlet

Como otros lugares emblemáticos de la literatura universal, el Castillo de Kronborg en Elsinore -mejor conocido como “el Castillo de Hamlet”- es un lugar que uno no debe perderse en una visita a Dinamarca. Sería como ir a Verona y no visitar el balcón donde supuestamente Julieta recibía a Romeo. Ambas historias de Shakespeare tienen desenlaces trágicos, y quizás por ello han pasado a la historia con más fuerza que las historias amables y felices.

Un grupo de teatro se encuentra ensayando una representación en el Hall de los Caballeros, que con 63 metros de largo es uno de los mayores de Europa. Caminando sobre los azulejos blancos y negros que caracterizan de manera inolvidable el film que hizo Kenneth Branagh, uno no puede dejar de pensar en la escena del soliloquio de Hamlet en el cementerio, con el cráneo de Yorick, el bufón: “Ser o no ser…esa es la cuestión”.

To be, or not to be: that is the question:
Whether 'tis nobler in the mind to suffer
The slings and arrows of outrageous fortune,
Or to take arms against a sea of troubles,
And by opposing end them? To die: to sleep;
No more; and by a sleep to say we end

Al releer estos versos tan conocidos del Tercer Acto de la obra más larga y la más filmada de Shakespeare, no puedo sino recordar a mi amigo Mario Monteforte Toledo, que solía decirlos de memoria con un inglés perfecto y la entonación adecuada. Me parece estar escuchando su voz ahora. Y de hecho, lo tengo grabado en video en alguna parte.

El castillo fue diseñado en torno a un patio interior, pero no es muy grande. El Rey Frederik II lo reconstruyó e inauguró en 1585 –sobre la base de un fuerte más pequeño que ya existía- pero después de un grave incendio fue su hijo y sucesor, Kristian IV, quien completó la nueva construcción en 1638. Situado estratégicamente en la entrada a Øresund y a Copenhague, Elsinore no tenía el carácter dramático de la obra de Shakespeare, era simplemente el lugar donde se cobraban los impuestos a los barcos que transitaban por ese brazo de mar que separa a Dinamarca de Suecia, aunque se usó como prisión de pobres y ricos muchas veces.

Destaca en la decoración una serie de 40 tapices fabricados en Amberes, que representan a 113 reyes daneses, más de los que hubo en realidad. La anécdota dice que Frederik II los encargó para competir con su homólogo de la época Eric XIV, quien identificó también tramposamente 143 reyes suecos, pero solamente llegó a completar cuatro tapices.

Debajo de la muralla del castillo están los que fueron calabozos. Largos túneles en los que se encerraba a los esclavos, en una época, y en otra a los enemigos del reino o del rey, que no siempre son los mismos. En uno de esos espacios está la figura legendaria del Holger Danske, un guerrero de piedra (ahora es una copia hecha en cemento) que descansa acompañado de una leyenda: si Dinamarca es atacada, el guerrero se pondrá de pie para defenderla (aunque no paseo nada cuando invadieron los suecos en 1658).

Por su belleza arquitectónica y por su importancia histórica, fue declarado el año 2001 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y es una de los cuatro sitios patrimoniales que tiene el pequeño país nórdico.

Lo que más me gustó del castillo de Kroneborg fue su capilla, inaugurada por Frederik II en 1582. Cuando el castillo se incendió en 1629, la capilla se salvó milagrosamente del fuego. Es pequeña, ricamente adornada con tallados de madera en los extremos de cada una de las bancas y reclinatorios. Se trata de figuras de ángeles y querubines hermafroditas, y curiosos personajes tallados en madera y pintados de vivos colores. Incluyo un slide-show con algunas de las fotos que tomé, porque realmente vale la pena verlas.