16 agosto 2008

Cachuela Esperanza

Estuve hace un mes en Cachuela Esperanza, cuyo nombre está ligado a una historia llena de magia. Cachuela Esperanza es una de esas poblaciones extraviadas en un lugar remoto de la selva, que en un momento de su historia vivió la gloria de ser epicentro de una intensa actividad económica y social. Me hizo pensar en Mompox, sobre el Río Magdalena, pero a diferencia de esa ciudad colombiana que ha conservado su nobleza, su arquitectura y su belleza, en Cachuela Esperanza no hay sino un caserío polvoriento y abandonado.


Poco queda allí que recuerde esa época dorada en la que el dinero producto de la explotación de la goma, circulaba a raudales y el nombre de Nicolás Suárez, el rey del caucho, resonaba a uno y otro lado de la frontera con Brasil. Cachuela Esperanza tenía entonces un teatro con un proyector de cine, una iglesia que aún sigue en pie sobre una loma rocosa, y un hospital que al parecer era uno de los más modernos de América Latina, con el primer equipo de Rayos X de Bolivia. Según se cuenta, acudían a él en hidroplanos privados ciudadanos adinerados de ciudades tan distantes como Río de Janeiro y Sao Paulo.


Nicolás Suárez no fue el primero en llegar a Cachuela Esperanza, pero fue quien se estableció allí y convirtió el pequeño poblado en la sede de su imperio. En 1846 el explorador José Agustín Palacios Pinto descubrió las cachuelas del Río Beni, pero pasaron más de 30 años hasta que el doctor Edwin Heat, en un viaje de exploración por los ríos Madre de Dios y Beni, llegara nuevamente al lugar nombrándolo como Cachuela Nueva Esperanza. El nombre sugiere que si los forasteros lograban pasar las cachuelas (rápidos del río) tenían esperanza de seguir con vida.


En 1882 el industrial Nicolás Suárez llegó con la intención de dedicarse a la compra de goma y venta de mercaderías de ultramar, pero se entusiasmó al ver la posición estratégica del lugar y decidió instalarse y dedicarse a la explotación de la goma. Cachuela Esperanza está situada a pocos kilómetros de la confluencia de los ríos Beni y Mamoré, ambos afluentes del río Madeira, que delimita la frontera con Brasil y a través del cual la Amazonía se comunica con el Océano Atlántico, navegando por el Amazonas.


Cachuela Esperanza se convirtió el centro del complejo industrial de la Casa Suárez. Desde allí se realizaban todas las transacciones con el continente europeo a través de sus propias oficinas en Londres. “La empresa tenía más de mil ochocientos empleados, que trabajaban en grandes talleres, barracas y oficinas dotadas de energía eléctrica y permanente comunicación telegráfica. No era raro ver contadores ingleses trabajando en la sede central de la empresa y se construyó un pequeño ferrocarril para evitar las cachuelas que atravesaban el río Madera. En los años de mayor expansión económica, la Casa Suárez tenía enormes propiedades cercanas a los cinco millones de hectáreas y un capital superior a los dos millones y medio de libras esterlinas”, cuenta Rodolfo Pinto Parada en su libro Rumbo al Beni.


En las primeras dos décadas del siglo veinte Cachuela Esperanza era un hervidero de buscadores de fortuna y de trabajo. Los precios de la goma eran muy altos en el mercado internacional, la fortuna sonreía a esa zona tan aislada del país, pero a pesar de las condiciones de aislamiento y los altos costos de transporte, Cachuela Esperanza se llenó de “fastuosas residencias construidas por arquitectos franc

eses y equipadas con muebles venecianos. Proliferaron las canchas de tenis, los jardines y los establos con caballos árabes directamente traídos desde Andalucía”.


Después de la Primera Guerra Mundial, el colapso en los precios de la goma en el mercado internacional por la fuerte competencia de Malasia, determinaron el proceso de decadencia de la explotación de la goma y de las empresas de Suárez.


Cachuela Esperanza es también un espectáculo natural sobre el Río Beni, por sus formaciones rocosas que aceleran las corrientes del río formando rápidos que hacen de la navegación una actividad riesgosa, pues hay hasta once metros de diferencia de elevación entre la parte superior e inferior de las cachuelas.


Lamentablemente esta reserva natural

corre el riesgo de ser destruida por la probable construcción de tres hidroeléctricas brasileñas sobre el Río Madeira, que se sumarían a los daños que actualmente produce el uso de químicos como el mercurio y el dragado que hacen los explotadores brasileños de oro causando trastornos ambientales, creando promontorios de sedimentos en los ríos de modo que se alteran los cursos de agua y los reflujos de la corriente causan inundaciones en la zona. Otro paraíso terrestre a punto de perderse.