19 agosto 2007

La pequeña muerte

Mauro Bertero ha publicado su quinto poemario, “Memoria del Encanto”, en una edición extremadamente cuidada, donde la poesía –tantas veces pariente pobre de la literatura- goza del mejor papel, de los más exquisitos tipos de letra, de la mejor envoltura. Da gusto tener en las manos un libro producido con tanto amor. Pero vayamos al contenido.

Conozco a Mauro Bertero desde que éramos niños, él mucho más niño que yo. En todo caso, su padre y el mío eran amigos y entre Mauro y yo se ha mantenido por contagio una amistad permanente, que no ha sido mellada por nuestras respectivas posiciones políticas. Naturalmente, respeto más a Mauro por su consecuencia ideológica y partidista, que a muchos que he visto dar saltos de la izquierda a la derecha, por oportunismo.

Hay muchas claves y mucho lenguaje críptico en la poesía, sobre todo en la poesía amorosa. Aquí el poeta se refiere a la mujer amada que es también mujer amante, una mujer que resume todas las que amó, porque pasa a veces que “todos los destinos” y “todos los anhelos”, se concentran en una mujer que es al mismo tiempo todas las mujeres, aunque hayan pasado las “jornadas interminables / de amores clandestinos”.

Para mi gusto, los mejores versos son los que hablan del amor sin usar esa palabra, por ejemplo: “eres el cuerpo de promesas incumplidas y libertades varias”. Mauro habla de las “almas nuevas” de la mujer… Es la picardía de reinventar constantemente la sexualidad para alimentar el amor. El juego erótico siempre renovado: “descubrir por segunda vez / lo que algunos insisten en llamar inocencia”. Una mujer que se transforma constantemente, por lo que mantiene siempre el desafío del descubrimiento: “Una de estas noches / voy a entrar de visita / a robarme el lado inocente / de tus almas nuevas”.

Las asociaciones sensuales con la naturaleza son frecuentes: la lluvia, las estaciones, la niebla, la noche… “Y es que hace tanto tiempo / dejaste de ser sierra / y aún no acabas de nacer selva”, “la esperanza de surcar la humedad de tus aguas”, o “y cuando anochece / tus almas se tornan líquidas / y entonces eres la brisa que calma mi sed”. Y este ejemplo hermoso: “por la encantadora estrechez y el néctar aduraznado / del tibio valle al sur de tu ombligo”. El poeta dice a través de imágenes lo que no conviene decir con todas sus letras. “En esta historia de amores nuevos y desencuentros / mezcla de sal de tierra y sol de cielo / bien sabes que el intruso fui siempre yo”. Al final, todo se reduce a un verso: “te busco, te escribo”. Es decir, lo que se aplica al mar, se aplica al amor.

La memoria de los amores furtivos se asoma entre los versos, se mueve como la marea alta y baja, va y viene, cubre con sus aguas lo que no debe ser visto y revela una intimidad que yace en la profundidad de los recuerdos. La culpa y la ilusión del perdón aparecen en versos de reconciliación: “eres el más dulce y el mejor / de todos los errores / que escogí cometer”, o “unos pecados más allá de los himnos y las prédicas santas”.